A la rosa

Pura, encendida rosa,
émula de la llama
que sale con el día,
¿cómo naces tan llena de alegría
si sabes que la edad que te da el cielo
es apenas un breve y veloz vuelo,
y ni valdrán las puntas de tu rama,
ni púrpura hermosa
a detener un punto
la ejecución del hado presurosa?
El mismo cerco alado,
que estoy viendo riente,
ya temo amortiguado,
presto despojo de la llama ardiente.
Para las hojas de tu crespo seno
te dio Amor de sus alas blandas plumas,
y oro de su cabello dio a tu frente.
¡Oh fiel imagen suya peregrina!
Bañote en su color sangre divina
de la deidad que dieron las espumas;
y esto, pupúrea flor, ¿esto no pudo
hacer menos violento el rayo agudo?

Róbate en una hora,
róbate licencioso su ardimiento
el color y el aliento.
Tiendes aún no las alas abrasadas
y ya vuelan al suelo desmayadas.
Tan cerca, tan unida
está al morir tu vida,
que dudo si en sus lágrimas la Aurora
mustia tu nacimiento o muerte llora.

FRANCISCO DE RIOJA

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Ciencia ficción

El marciano me encontró en la calle
y tuvo miedo de mi imposibilidad humana.
¿Cómo puede existir, pensó para sí, un ser
que en el existir pone tanta negación de la existencia?

Se alejó el marciano, lo perseguí.
Necesitaba de él como de un testigo.
Pero, rehusando el coloquio, se desintegró
en el aire constelado de problemas.

Y quedé solo en mí, de mí ausente.

CARLOS DRUMMOND DE ANDRADE

Traducción de Pablo del Barco

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A media voz

El fotógrafo y la modelo

El tiempo que fue siempre tu enemigo
se detuvo en tu imagen. Ya eres esa
chica de calendario, la princesa
sin fábulas, el ángel que consigo

colgar de cualquier nube. De oro y trigo
la luz ensortijada en tu cabeza,
la arena que se acaba en donde empieza
la línea de tu sexo. Estás conmigo

y no tienes tristezas ni pesares
ni citas por cumplir. Sólo reposas
inmóvil en el cuadro, entre palmeras

de plástico y heladas mariposas
robadas del Cantar de los cantares.
No sabes que no has muerto. Si supieras.

JORGE VALDÉS DÍAZ-VÉLEZ

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A media voz

Andrógino

Por ti, por ti clamaba cuando surgiste,
infernal arquetipo, del hondo Erebo,
con tus neutros encantos, tu faz de efebo,
tus senos pectorales, y a mí viniste.

Sombra y luz, yema y polen a un tiempo fuiste,
despertando en las almas el crimen nuevo,
ya con virilidades de dios mancebo,
ya con mustios halagos de mujer triste.

Yo te amé porque, a trueque de ingenuas gracias,
tenías las supremas aristocracias:
sangre azul, alma huraña, vientre infecundo;

porque sabías mucho y amabas poco,
y eras síntesis rara de un siglo loco
y floración malsana de un viejo mundo.

AMADO NERVO

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A media voz

La buhardilla

Vamos, compadezcamos a los que están mejor que nosotros,
Vamos, amigo, recordemos
que los ricos tienen camareros y no amigos
Y nosotros tenemos amigos y no camareros.
Vamos, compadezcamos a los casados y a los no casados.

La aurora entra con pasitos menudos
como una dorada Pavlova,
Y yo estoy junto a mi deseo.
Y la vida no tiene nada mejor
Que esta hora de diáfana frescura,
la hora de despertarnos juntos.

EZRA POUND

Traducción de J. C. Urtecho y E. Cardenal

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A media voz

El sueño del caimán

Enorme tronco que arrastró la ola,
yace el caimán varado en la ribera:
espinazo de abrupta cordillera,
fauces de abismo y formidable cola.

El sol lo envuelve en fúlgida aureola;
y parece lucir cota y cimera,
cual monstruo de metal que reverbera
y que al reverberar se tornasola.

Inmóvil como un ídolo sagrado,
ceñido en mallas de compacto acero,
está ante el agua estático y sombrío,

a manera de un príncipe encantado
que vive eternamente prisionero
en el palacio de cristal de un río.

JOSÉ SANTOS CHOCANO

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Amor a una mañana

Mañana, mañana clara:
¡si fuese yo quien te amara!

Paso a paso en tu ribera,
yo seré quien más te quiera.

Hacia toda tu hermosura
mi palabra se apresura.

Henos sobre nuestra senda.
Déjame que yo te entienda.

¡Hermosura delicada
junto al filo de la nada!

Huele a mundo verdadero
la flor azul del romero.

¿De tal lejanía es dueña
la malva sobre la peña?

Vibra sin cesar el grillo
A su paciencia me humillo.

¡Cuánto gozo a la flor deja
Preciosamente la abeja!

Y se zambulle, se obstina
la abeja. ¡Calor de mina!

El grillo ahora acelera
su canto. ¿Más Primavera?

Se pierde quien se lo pierde.
¡Qué mío el campo tan verde!

Cielo insondable a la vista:
amor es quien te conquista.

¿No merezco tal mañana?
Mi corazón se la gana.

Claridad, potencia suma:
mi alma en ti se consuma.

JORGE GUILLÉN

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A media voz

Web sobre el autor

Desolación

¿No habéis visto la lóbrega capilla
del antiguo convento de la aldea?
Ya el incensario en el altar no humea
ni ardiente cirio ante la imagen brilla.

En la torre, agrietada y amarilla,
el pájaro fatídico aletea,
y a Dios no eleva el pecador la idea,
doblegada en el suelo la rodilla.

Ningún monje sombrío, solitario,
arrebujado en su capucha oscura,
póstrase a orar, con místico deseo;

y ha tiempo no resuena en el santuario
ni la plegaria de la joven pura
ni la blasfemia horrible del ateo.

JULIÁN DEL CASAL

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A media voz

Cuba literaria

A una mujer que se afeitaba y estaba hermosa

Yo os quiero confesar, don Juan, primero,
que ese blanco y carmín de doña Elvira
no tiene de ella más, si bien se mira,
que el haberle costado su dinero.

Pero también que confeséis yo quiero
que es tanta la beldad de su mentira,
que en vano a competir con ella aspira
belleza igual en rostro verdadero.

¿Qué, pues, que yo mucho perdido ande
por un engaño tal, ya que sabemos
que nos engaña igual Naturaleza?

Porque ese cielo azul que todos vemos
ni es cielo ni es azul; ¿y es menos grande,
por no ser realidad, tanta belleza?

BARTOLOMÉ LEONARDO DE ARGENSOLA

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Vuelve otra vez

Vuelve otra vez y muchas veces, cógeme,
amada sensación, regresa y cógeme,
cuando la memoria del cuerpo se despierta
y un antiguo deseo atraviesa la sangre,
cuando los labios y la piel recuerdan,
cuando las manos sienten que aún te tocan.

Vuelve otra vez y cógeme en la noche
cuando los labios y la piel recuerdan…

CONSTANTINO CAVAFIS

Traducción de José Ángel Valente

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A media voz

La palomita

Una paloma blanca
como la nieve,
me ha picado en el alma;
mucho me duele.

Dulce paloma,
¿cómo pretendes
herir el alma
de quien te quiere?

Tu pico hermoso
brindó placeres,
pero en mi pecho
picó cual sierpe.

Pues dime, ingrata,
¿por qué pretendes
volverme males
dándote bienes?

¡Ay! nadie fíe
de aves aleves;
que a aquel que halagan,
mucho más hieren.

JOSÉ IGLESIAS DE LA CASA

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A media voz

En los verdes relojes de la huerta

¿Cómo podría ser que este alboroto
del agolpado y rumoroso huerto,
frutas, músicas, hojas y lechuzas,
fábulas ruidosas y granadas,
campanillas y zorros de la sombra,
en mojado concierto, no cantaran
sino sólo el clamor de la verdura
no dejándome oír la nota última,
la más grave y secreta, la que hiere
mi corazón con flautas agoreras?

RAFAEL SOTO VERGÉS

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Resignación

Habito en una ciudad contaminada,
donde la gente come, duerme,
anda, vive, discute, estudia,
se divierte…
respirando basura.

Habito en una ciudad donde la gente
hace las mismas cosas
que en otras ciudades:
se aman, se odian, madrugan,
se estresan…
Pero todo lo hacen respirando
gases contaminantes.

Habito en una ciudad que subsiste
junto a una gran balsa de fosfoyesos,
tan grande que parece
otra ciudad:
Fantasma.
Muerta.

Aquí habito, y aquí vivo,
y aquí soy razonablemente
feliz;
en una ciudad del sur
contaminada,
donde la gente
vive,
como si nada pasase.

DOLO VIDOSA

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Blog de la autora

Los que piensan que les ha llegado la hora…

Los que piensan que les ha llegado la hora
y se aprestan para asumir su destino
los que saben que siempre llegan a deshora
contra todo destino

los que escriben para sobresalir
no para encontrar la salida -¿hay salida?

los que sólo viven para poner la vida en palabras
los que escriben para poner la palabra en la vida

los que lo coleccionan todo para sentirse perdurables
los que han contemplado una sola vez la belleza
y ya ello les depara una riqueza un desamparo
para siempre

la vida no es avara ni para preservarla
hay que saber también arriesgarla
como en el amor: más fuerte cuando más lo alimenta
el desamor
más vívido cuando nace y se extingue cada día

GUILLERMO SUCRE

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A la luna

Oh graciosa luna, yo recuerdo
que hace ahora un año, sobre este collado,
lleno de angustia venía a contemplarte.
Y tú te alzabas sobre el bosque aquel
como ahora, que todo lo iluminas.
Pero, ofuscado y trémulo a causa
del llanto que acudía a mi mirada,
tus ojos a mi rostro ofrecias, que penosa
era mi vida: y aún lo es, oh amada luna.
Y aún me agrada el recuerdo, y el contar
los años de mi dolor. ¡Oh cuán dichosa
es en la edad temprana, cuando aún es mucha
la esperanza y breve el curso
de la memoria, el recordar las cosas
de otro tiempo, aunque ello sea triste,
y aunque el dolor persista!

GIACOMO LEOPARDI

Traducción de Antonio Colinas

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A media voz

Romance del prisionero

Que por mayo era, por mayo,
cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor,
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados
van a servir al amor;
sino yo, triste, cuitado,
que vivo en esta prisión;
que ni sé cuándo es de día
ni cuándo las noches son,
sino por una avecilla
que me cantaba el albor.
Matómela un ballestero;
déle Dios mal galardón.

ROMANCERO VIEJO

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Edición del Romancero Viejo

¡Flores felices, biennacidas hierbas!

¡Flores felices, biennacidas hierbas
que, pensativa, pisa mi señora;
campo que oyes su voz cautivadora
y de sus bellos pies huellas conservas;

arbustillos de frondas aún acerbas,
violetas cuyo tinte me enamora,
umbrosas selvas que os mostráis ahora,
llenas de sol, más altas y superbas;

oh sitio ameno, oh río de agua pura
que le bañas la faz, y de su vista
tomas la viva luz que es tu hermosura;

yo envidio que de honesto amor os vista!
No habrá entre vosotros una piedra dura
que a arder entre mis llamas se resista.

FRANCESCO PETRARCA

Traducción de Ángel Crespo

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A media voz

La ventana

De pronto he abierto la ventana.
El mediodía entero entró por ella.
Entróse el canto de los pájaros:
me cantaron las venas pajareando.
Entróse el cielo azul, entróse el cielo
y los aires que en vuelo lo traían.
Entróse el mundo entero.

El azul irrumpió entre mi cabeza,
y los aires a mí aún me volaban;
yo comencé a cantar pájaramente.
También me hice ventana.
Y entrándome este cielo hasta la puerta,
me salía volándome a los cielos.
Pajareando me fui, cantando aéreo.

ALBERTO RUBIO

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Memoria chilena

La mariposa

Nacer con la primavera, morir con las rosas,
nadar en un cielo puro en alas del céfiro,
acunada en el fondo de flores casi abiertas,
embriagarse de perfumes, de luz y de azul,
sacudirse, aún joven, el polen de sus alas,
como un soplo volar a las bóvedas eternas,
éste es el mágico destino de la mariposa.
Se parece al deseo que nunca reposa,
acariciando todo sin satisfacerse,
por fin gira hacia el cielo buscando el placer.

ALPHONSE DE LAMARTINE

Traducción de Vicente Bastida

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A media voz

Verano del ’92

Tengo frío.
Es el frío de tu ausencia, madre.
Hoy camino sin rumbo
pues ninguna es la calle
en la que al final estarás,
apretando un puñado de sueños en las tardes.
La casa eras tú.
Tu voz, pronunciando con dulzura mi nombre,
o el aroma de un ajo, dorado,
jugando en el aire.
En el aire de aquellos días
que le ofrendabas a la vida
el sencillo gesto de tu ternura.
Tengo frío, madre.
1992 grados bajo cero de tristeza.

MARIO CASACCI

Primer domingo de mayo, Día de la Madre

Gorrión

No olvida. No se aleja
este granuja astuto
de nuestra vida. Siempre
de prestado, sin rumbo,
como cualquiera, aquí anda,
se lava aquí, tozudo,
entre nuestros zapatos.
¿Qué busca en nuestro oscuro
vivir? ¿Qué amor encuentra
en nuestro pan tan duro?
Ya dio el aire a los muertos
este gorrión, que pudo
volar, pero aquí sigue,
aquí abajo, seguro,
metiendo en su pechuga
todo el polvo del mundo.

CLAUDIO RODRÍGUEZ

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La mesa

¿Qué puede una mesa sola
contra la redondez de la tierra?
Ya tiene bastante con que nada se caiga
cuando las sillas entran en voz baja
y en su torno a la hora se congregan.

Si el tiempo amella los cuchillos,
lleva y trae comensales,
varía los temas, las palabras,
¿qué puede el dolor de su madera?

¿Qué puede contra el costo de las cosas,
contra el ateísmo de la cena,
de la Última Cena?

Si el vino se derrama, si el pan falta
y los hombres se tornan ausentes,
¿qué puede sino estar inmóvil, fija,
entre el hambre y las horas
con qué va a intervenir aunque desee?

EUGENIO MONTEJO

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